La vida rural en Puerto Rico sigue siendo un reflejo profundo de la identidad nacional, una mezcla de tradición, esfuerzo diario y conexión con la tierra. A pesar del avance urbano y los retos económicos, el campo puertorriqueño permanece como un bastión de cultura, autosuficiencia y orgullo.
Desde las montañas de Utuado y Adjuntas hasta los valles fértiles de Orocovis y San Sebastián, miles de familias dependen del trabajo agrícola, de la cría de animales y de pequeños cultivos de subsistencia. El famoso “jíbaro”, figura emblemática del campesinado boricua, continúa siendo símbolo de humildad, trabajo honrado y sabiduría popular.
Aunque la agricultura hoy representa menos del 1% del Producto Interno Bruto del país, muchas iniciativas han surgido para revitalizarla. Proyectos como El Departamento de la Comida, liderado por jóvenes agricultores, apuestan por una agricultura sostenible, la agroecología y la soberanía alimentaria. Buscan reconectar al pueblo con sus raíces y reducir la dependencia alimentaria de importaciones, que ya superan el 80%.
El agroturismo también ha cobrado fuerza, ofreciendo a locales y turistas experiencias inmersivas en fincas donde se puede cosechar, preparar alimentos tradicionales y aprender prácticas agrícolas ecológicas. Este modelo fortalece las economías rurales y preserva el conocimiento ancestral.
Festividades como el Festival de la Novilla en San Sebastián celebran estas raíces del campo con orgullo, exaltando la cultura ganadera y agrícola con desfiles, música típica y comida criolla.
A pesar de los desafíos que enfrenta —como la escasez de recursos, el acceso limitado a servicios y el éxodo de las nuevas generaciones hacia las ciudades—, el campo puertorriqueño continúa resistiendo. Su gente mantiene viva la esperanza, cultivando no solo la tierra, sino también los valores que han definido por siglos la esencia boricua.
Se sigue cultivando el futuro desde la raíz.
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